miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL QUESO AZUL




Siempre he sentido una extraña fascinación por los mapas, desde crío. Por esas cosas de la vida, y de los viajes  familiares que me tocaron, yo desconocía muchos pueblos cercanos al mío; sin embargo, no me eran extraños lugares que distaban miles de kilómetros pese a sus nombres impronunciables. Y es que recuerdo perfectamente como podía pasar horas jugando con un pequeño globo terráqueo que había en la habitación que compartíamos mi hermano y yo. He de preguntarle a mis padres el motivo que les llevó a hacerse con él; tal vez les pareciese una buena idea ya que era de esos que tienen una bombilla en su interior pudiendo hacer las veces de lámpara. Sería así un maravilloso ejemplo de como la unión de watios y latitudes puede aportar luz, tan eléctrica como geográfica, a dos tiernos infantes avilesinos.

 Puede que no fuese de este modo pero quedémonos con esta versión tan buena y criticable como cualquier otra.



¿Amigos, quién no ha tenido uno de estos por casa?

Sea como fuere, aquella especie de puzzle redondeado me atrapó indefectiblemente. No podía evitar admirar durante largos ratos el entramado de países grandes y chicos, de enormes extensiones de color amarillo y microscópicas motas rojas envueltas en unas líneas frágiles y aparentemente inocentes. Aún tardaría bastantes años en darme cuenta de que aquellos trazos estaban empapados en sangre y semen como alguien, del que no recuerdo el nombre, dijo hace tiempo; efectivamente, las fronteras están hechas con sangre de soldados y semen de reyes.  El caso es que esos perfiles coloreados provocaban mi curiosidad continuamente, podía pasarme horas enteras observando nombres y capitales, situando ríos, cordilleras y bahías.

Mis días de niñez fueron escurriéndose entre jornadas de colegio, ropa con dos tallas de más y juegos compartidos en el descampado detrás de casa. Eran otros tiempos, los niños aún jugaban en la calle, y mis habituales sesiones de ocio y aventura solían verse interrumpidas por los reclamos de mi madre para subir a merendar a nuestro segundo derecha de toda la vida.  Dijo Rilke , y creo que muy acertadamente,  que la patria es la infancia. Creedme, ahora mismo no podría estar más de acuerdo.


Rilke, a punto de recitar o de repartir hostias como panes.

El caso es nunca abandoné mi ritual de consultar libros, globos terráqueos, mapas históricos y cartografía antigua. Así me fui familiarizando con los nombres más comunes y con los más exóticos, con los más antiguos y los más recientes. Que algún vecino mío confundiese Suiza con Suecia me parecía imposible de creer. Como que nadie flipara como yo con que en medio de Africa, ese sitio donde se morían rodeados de moscas miles de niños, hubiese un lugar que rimbombantemente se hizo llamar "Imperio Centroafricano"; o con el diseño de la bandera de Nepal, que siempre me parecía que estaba rota; o con esa extraña broma del destino que hacía de Afganistán el primer país por orden alfabético, así como el primero en la lista de los países pobres; o que existiesen países con nombre de cuento como Sikkim, perdido entre las montañas heladas del Himalaya.


Sikkim existió, descreídos....

Suiza para unos,Teruel para otros.

En más de una ocasión le pedí a mi padre que cogiera el dichoso globo lámpara y que eligiese al azar algún país para preguntarme la capital. Puedo recordar perfectamente su cara de sorpresa al ver lo bien que se me daba; lo que a día de hoy no tengo tan claro es si, además de la sorpresa, le acompañaba un sentimiento de admiración por mis inquietudes o de preocupación por idéntico motivo. Supongo que sería lo segundo, sobre todo cuando un buen día confirmé sus sospechas en una conversación dentro del Seat 124 granate que nos llevaba a casa:

- Arcadín, hijo; ¿qué quieres ser de mayor?
- ¿Yo?......¡Kinki! 


Lógicamente, mi respuesta fue seguida de manera inmediata por un bandazo del automóvil en cuestión.


En fin, mi relación con la geografía ha sido larga y curiosa. De hecho, lo sigue siendo a día de hoy; uno de los regalos que más ilusión me ha provocado en los últimos años ha sido el enorme mapamundi que actualmente preside el salón de mis aposentos madrileños.


Martina, un servidor y el mapa.


Sé que mi afición no suele ser muy común y mucho menos aún desde fines del SXX. La desaparición de la URSS, Yugoslavia o Checoslovaquia, ha logrado que para el común de los mortales distinguir  a Eslovenia de Eslovaquia, Kazajistán de Uzbekistán o Letonia de Lituania, sea algo casi imposible. Además, realmente, no hay ningún motivo de importancia para hacerlo, apenas hay equipos de futbol famosos por ahí.

Sin embargo, la carencia del interés por la geografía no es sólo de puertas para afuera. La doméstica es una rama que, pese al elevado y creciente número de primates que pueblan el país, también se está transformando en una gran desconocida.

Como muestra, un botón.

 Hace unos años ya, bastantes pero suficientes para que el ejemplo sea válido, estaba impartiendo una clase de recuperación a varios alumnos de 3º de la Eso en un Instituto del norte de Madrid. De entre todos aquellos elegidos para la gloria había un chico, repetidor incansable, que si bien no molestaba, apenas ponía interés en nada de lo que le podía ofrecer el centro. Hoy he leído que lo más importante que se enseña en un Instituto es que las cosas realmente importantes precisamente no se enseñan ahí.


Aquel adolescente, llamémosle Fran, quería ser como su padre y cobrar cerca de dos mil euros al mes. Cuando yo le pregunté a qué se dedicaba me respondió que era albañil; cuando le dije que si su padre pasaba tiempo con él y su familia, aunque solo fuese los domingos, me dijo que no, que su padre sólo trabajaba "todo el día, todos los días" pero que ganaba mucha pasta y eso es lo que él quería para sí.


El caso es que en aquel diminuto despacho que hacía las veces de aula había un mapa enorme de España colgado en la pared. Como aún no habían llegado ni crisis ni recortes, seguíamos enseñando por encima de nuestras posibilidades, es decir, a todo trapo. No podía ser menos, aquel mapa era todo lujo y no le faltaba de nada; estaban los ríos, los cabos, las cordilleras, las comunidades autónomas -diferenciadas por colores-, las provincias, sus capitales y todas las ciudades. Teruel inclusive.

Esto es España. De momento.

Una mañana teníamos clase de geografía así que lo aproveché para hacer un estudio previo y ver el nivel de los alumnos.

- Bueno, Fran. Ahí tienes el mapa, consúltalo y dime las comunidades autónomas que hay en la cornisa cantábrica. ¿Te atreves? 

Sus ojos medio abiertos se clavaron en el objeto de mi pregunta y comenzó su recital.

- Joder. Bueno, no sé; a ver. Galicia.....eh.....Oviedo, de donde eres tú, ¿no?.......pufff.....Después va Santander, ¿no?. Al final, pues no sé. Ah, sí, después de Santander van los Países Bajos esos.

-Fran, se dice País Vasco. PAÍS VAS-CO.

-Bueno, Arcadio, yo que sé, ahí hablan muy raro. ¡A saber cómo se dice!

Así es amigos, hay que adaptarse para sobrevivir. Admitamos que, tanto en la vida como en el trivial, cada vez somos menos los fieles y ardorosos amantes del queso azul.


¿En qué continente está Sikkim?












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