viernes, 12 de julio de 2013

Caos.

Hace años que no veo a un colega que debe de ser una de las personas más auténticas y especiales que se han cruzado en mi vida.

Inteligente como pocos, con un verbo hipnótico y una personalidad muy marcada.  Asocial. Carismático a más no poder. Su discurso  era pausado, de voz clara pero tono grave, aportando un punto de vista que nadie más podía apuntar. De hecho, recuerdo que a sus palabras siempre las envolvía un silencio regalado por la atención inmediata de los que estábamos escuchándole. ¡Y menudas bombas soltaba el chaval!

Antes de ponerse a hacer ejercicio como un animal, era un auténtico tirillas de pelo corto, barba de tres días y unas gafas pequeñas y redondas.

Amante del ruido extremo desde siempre, cuando le conocí  ambos estábamos estrenando la veintena y su pasión por el hardcore punk más agresivo y el grind de los primeros años ochenta me impactó tremendamente. De hecho, años después se tatuó en su hombro la portada del "Scum" de Napalm Death cosa que, por cierto, nos costó una de nuestras habituales broncas por aquellos días.


¡Qué vueltas que da la vida! ¡Cuántas razones dadas y quitadas alimentan el  agridulce peso de la experiencia con el paso de los años!



Hoy me he acordado de él, no sé muy bien por qué, y
me he lamentado de todo el tiempo que llevo sin saber nada de su vida y, sobre todo, me he recriminado a mi mismo haberme permitido el lujo de que cuatro palabras de mierda se transformaran en distancia e indiferencia de las que soy más culpable que víctima.  


No puedo ser más sincero ahora mismo.



Podría contar mil anécdotas suyas, nuestras. Tocamos juntos en un par de bandas,grabamos maquetas entre risas en varios locales de amigos y sufrimos la tortura de algún estudio de grabación profesional en Avilés. Compartimos horas y horas de charlas, paseos, conciertos aliñados por humo y cerveza,emisiones de un programa de Radio que hacía yo en una "emisora pirata" en la Villa a mediados de los noventa. Mil carcajadas, cien mil discusiones....



Mi amigo estaba obsesionado por muchas cosas, una de ellas, era esa sensación de inestabilidad total a su alrededor. En uno de aquellos paseos en los que no parábamos de hablar me dijo que él no tenía rumbo, que su vida iba a la deriva continuamente. No le di la razón, que yo recuerde, e intenté argumentar que su vértigo era invisible por inexistente.




Estoy seguro de que ahora mismo, y como siempre, él cree que todo está pendiente de un hilo, que nada está bajo control, que el desplome generalizado de nuestra vida, de la sociedad, de todo, podía suceder en cualquier instante pero lo que ocurre es que no nos gusta estar pensando en ello y preferimos ignorarlo.


El caos.





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